domingo, 11 de agosto de 2019

ALSACIA


Sólo el universo sabe el tiempo que llevaba con este viaje a la Alsacia francesa entre ceja y ceja. Desde que hace años y años recibí un Power Point (esto hace tiempo se llevaba mucho…) con fotografías de Colmar, me dije “si ese pueblo existe, tengo que ir”. Muchos años después finalmente pudimos embarcarnos en esta pequeña aventura con Kira. La Alsacia es una comarca situada en el noreste francés, pegadita a la frontera con Alemania. Desde el punto de vista del turista, es una zona con multitud de atractivos. Sin duda lo que más llama la atención y lo que hace distinta a la Alsacia es la original arquitectura de sus casas. Aunque suene a tópico realmente visitar muchos de sus pueblos en adentrarse en el decorado propio de un cuento estilo Hansel y Gretel. Otro gran reclamo es la gastronomía con recetas contundentes de clara influencia bávara, sus famosos quesos y sobre todo sus vinos, porque esta es una zona eminentemente vinícola. Además, se trata de una zona perfecta para visitar con nuestra mascota, ya que lo más turístico son sus pequeños pueblos en los que el encanto está en pasearlos y al tratarse de un país tan amable con los perros como Francia, no os costará encontrar alojamientos o restaurantes para acceder con nuestros amigos.



Para nuestra semana alsaciana, escogimos el pueblo de Ribeauville como centro de operaciones. Para empezar se ubica más o menos en el centro de la zona turística de la región y casi todo lo que queríamos abarcar lo teníamos a menos de una hora. Además se trata de un pueblo con suficiente oferta de alojamientos y de servicios para no echar nada básico de menos. Y para nosotros era importante también que tuviera una zona de campo o de montaña en la que Kira pudiera darse sus buenos paseos matinales y aquí lo encontramos como veréis. Y sin olvidar que Ribeauville es una de las estrellas de cualquier viaje a la Alsacia, sin duda uno de los pueblos más bellos y sorprendentes de la comarca.



Una vez superados los más de 1800 kilómetros de distancia desde nuestro punto de partida, y las dos intensas jornadas de coche nos disponemos a descubrir nuestra localidad de adopción durante esta semana: la mencionada Ribeauvillé. Varias horas nos llevó recorrer su calle principal, la Gran Rue, admirando la preciosa y original arquitectura de sus casas, la belleza de sus modestas iglesias y los sorprendentes y muchas veces abigarrados escaparates de sus tiendas. Y de fondo siempre el castillo de Giersberg que domina la zona desde lo alto de la colina.




Hay una ruta, perfecta para hacerla con nuestro perro, que asciende por un camino perfectamente marcado, al principio entre vides y posteriormente entrando en un frondoso bosque y que acaba conectando no sólo con el mencionado castillo de Giersberg (el único visitable) sino con otros dos castillos más, o lo que queda de ellos…, el de Saint Ulrich y el de Haut-Ribeaupierre. La caminata es totalmente recomendable a pesar de ser algo más de una hora de constante subida. Nosotros pudimos hacer la ruta en otoño y, como comprobaréis, fue un completo deleite para la vista.







De vuelta a Ribeauville, y como compensación al esfuerzo realizado, que mejor que probar algunos de los manjares de esta zona, francesa, pero con clara influencia germana también en su gastronomía: torta alsaciana (pastel de hojaldre relleno de carne de cerdo), choucroute, tarta flambee (mmm es como una pizza pero hay que probarla con queso Munster), backeoffe (estofado que sirven en toooodos los restaurantes) y el dulce más típico de la zona: Kugelhopf que se hace con un molde que veréis por doquier.



Una vez asentados, comidos y descansados ya podemos comenzar a descubrir los pueblos y lugares tan extraordinariamente bellos que nos regala esta comarca. Al estar en un punto céntrico podemos escoger una ruta hacia el norte o hacia el sur de casi la misma distancia y atractivo. Decidimos empezar por el norte, dirección Estrasburgo, ya que suponíamos que los puntos más relevantes estaban hacia el sur y nos gusta ir siempre de menos a más. Así que nuestra primera parada fue Bergheim, a escasos diez minutitos de Ribeauville. Lo bueno de ir de menos a más como os he comentado es que esta pequeña población nos encantó y creo que si la hubiéramos dejado para el final, nos hubiera dejado más o menos indiferentes. Hay que reconocer que todos estos pueblos tienen un encanto y una belleza muy destacable si… pero son todos bastante parecidos entre si. Tanto que al final terminas confundiéndolos… eso si eres capaz de recordar sus nombres que tienen telita.


En Bergheim, como en el resto de localidades, hay que perderse por sus calles que es como se saborea todo el encanto que poseen. La inercia… y la situación del parking según sales de la carretera, te llevará a entrar por la preciosa puerta Haute de estilo gótico, transitaremos por la bucólica Grand Rue haciendo parada en la plaza del Mercado o Place du Pierre Walter y tras visitar la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, saldremos del núcleo para volver al parking bordeando la zona amurallada para darle un gusto a Kira, sacándole un poco del asfalto. Con poco tiempo, esta sería una visita representativa del pueblo.






Tras Bergheim, nos aproximamos ahora al impresionante castillo de Haut-Koenigsbourg que dista tan solo 11 kilómetros desde Bergheim o 14 de Ribeauvillé donde tuvimos que dejar a Kira, ya que la entrada al castillo NO está permitida para nuestros amigos. Una lástima, aunque parezca razonable. En otoño, que fue cuando lo visitamos, el horario de apertura del castillo era de 9:30 a 12 y de 13 a 16:30h. En primavera-verano y principio de otoño la apertura es a la misma hora y contínuo hasta las 17 o 18 horas. El precio de la entrada es de 9€ / adulto. Hay aparcamiento junto a la entrada, que a estas alturas del año y dado que el día estaba bastante nublado se encontraba prácticamente vacío. Una vez aparcados, en una primera vista nos impresionó el robusto aspecto de la construcción, que aunque es bastante reciente, da el pego como castillo medieval.


Una vez pasamos por taquilla, comienza el espectáculo. Son dos plantas de salas-museo, salones, patios y subidas a las torres que fácilmente y sin ser muy meticuloso, te puede llevar entre dos y tres horas. Las vistas desde las torres deben ser espectaculares, desgraciadamente para nosotros sólo niebla, que también hay que decirlo, dotaba a la silueta de un encanto misterioso como veis. Hay que sacar el lado positivo.






Para finalizar la visita podemos dar un plácido paseo por su jardín medieval, que mas bien es un huerto, inspirado en textos y grabados medievales.



Nuestra siguiente parada iba a ser Selestat, que más que un pueblecito, parece una ciudad, es bastante grande y aun siendo una localidad muy bonita, quizá es la parada más prescindible si se va con poco tiempo. La arquitectura tan característica de esta zona aquí también la encontramos lógicamente, pero quizá menos concentrada. Aún así nos encantó la iglesia de Saint-Foy y la plaza en la que se ubica, la plaza de Armas y la puerta de la Rue de Chevaliers.


Desde Selestat y por la autopista, llegamos a Estrasburgo en poco más de media hora. Se trata de una de las ciudades más pobladas de Francia con más de un millón de habitantes. Así que lo mejor es armarse de paciencia hasta llegar a la zona turística y dejar el coche en algunos de los aparcamientos subterráneos que encontraremos junto al casco histórico. No son demasiado caros, unos 2 euros por hora.


Estrasburgo no es sólo turismo, es una ciudad de una importancia enorme en muchos aspectos. Algunos datos que nos sorprendieron es que posee el segundo puerto más importante del Rhin que es el río más transitado del mundo. Desde el punto de vista cultural es la más importante de Francia tras París. Tiene su propia bolsa. Se encuentra a tan solo tres o cuatro kilómetros de Alemania. País al que ha pertenecido unas cuantas veces a lo largo de la historia. Quizá ese hecho ha contribuido a ser considerada actualmente la capital de la Unión Europea, es decir nuestra capital, y sede del Parlamento Europeo.



Al centro histórico de Estrasburgo, Patrimonio de la Humanidad desde 1988, se le llama la Gran Isla y es que efectivamente visto desde el cielo es una isla entre los ríos que la circundan. El principal monumento de la ciudad es su impresionante catedral gótica, la cuarta más alta de Europa y con un característico color rojizo que le otorga la piedra arenisca. Visitar el interior con su famoso reloj astronómico es obligatorio.




Frente a la catedral, al otro lado de la plaza se ubica el precioso palacio Rohan, de estilo rococó, muy francés como veréis. Actualmente alberga varios museos (arqueológico, artes plásticas y decorativas) aunque podemos acceder al patio central sin tener que comprar entrada.
Al otro lado de la plaza, otro de los lugares más emblemáticos sin duda de Estrasburgo, la casa Kammerzell del siglo 15, actualmente famoso restaurante y hotel.



A partir de aquí, cualquier dirección que toméis es la correcta. Hacia el sur os encontraréis con el río cuyo paseo por la ribera es una maravilla con palacios y construcciones a ambos lados a cual más llamativo. Hacia el norte llegaremos a la plaza más grande del centro histórico, la plaza Kleber, siempre animada. Y hacia el Oeste, quizá la opción más atractiva, la que nos lleva a la zona conocida como Petite France y al presa y puente que aquí llaman Barrage Vauban, sin duda la parte con más encanto de la ciudad. Justo junto a la presa encontramos un bucólico parque donde por fin Kira pudo disfrutar de un respiro entre tanto asfalto.


Cruzando el río de nuevo, de vuelta hacia la catedral buscamos la calle Bain aux Plantes que será la más recordada y más fotografiada de nuestra visita a Estrasburgo. Sus típicas casas con entramado de madera, balcones con flores y tejados de pizarra se quedarán grabados en nuestra memoria. En los bajos de una de estas casas se encuentra uno de los restaurantes más antiguos y más famosos de la ciudad donde sirven auténtica comida alsaciana, un buen lugar donde reponer fuerzas.


Desde aquí merece la pena visitar la iglesia de Santo Tomás de Estrasburgo y pasar por la preciosa plaza Gutenberg, en honor al inventor de la imprenta, que si bien nació en Alemania, fue en Estrasburgo donde gestó y vió la luz su invento.


De vuelta a Ribeauville, donde nos tomamos un merecido descanso, ponemos ya nuestras miras en la segunda parte de nuestro viaje, la que nos llevará a descubrir algunos de los pueblos más maravillosos que hemos podido visitar. Y no nos tenemos que desplazar muchos kilómetros para encontrarnos con uno de ellos: Riquewihr, a tan solo cinco kilómetros de nuestra base. La entrada a esta población por el oeste ya es espectacular, una vez que cruzemos la “puerta alta” (Dolder) entramos en un escenario de ensueño que nos llega a parecer irreal.



Creo que nuestro cerebro no puede llegar a concebir un pueblo más bonito que este, cada rincón que descubrimos nos asombra y realmente, aunque suene a tópico, es como estar metido en un cuento, con casas de vivos colores y formas sorprendentes. Como es lógico repetimos la visita varios días por la mañana, tarde y noche.






Además como en toda esta zona disfrutamos entrando en tiendas de todo tipo, sobre todo de alimentación claro, y hasta Kira se llevó alguna galletita de regalo. Pero la que hay que ver si o sí, es la tienda de la Navidad justo a la entrada por la puerta que os he comentado. Sin palabras nos dejó.


Once kilómetros más hacia el sur de Riquewihr se halla Kaysersberg, otra maravilla estilo Hansel y Gretel. En este caso al estar situado junto a la ribera del río Weiss le da un carácter y una belleza distinta. La vía principal es la calle Charles de Gaulle… y es realmente encantadora. La plaza de la iglesia tampoco nos la podíamos creer, todo es color, las casas, las flores… Incluso llegamos a morder la casa que está frente a la iglesia porque pensábamos que era de chocolate… no lo eda, depito no lo eda.








No os dejéis calle sin recorrer y rincón sin ojear, el pueblo es pequeño y tiene muy concentrado todo su encanto.

Otros nueve kilómetros más dirección sur siempre, y llegamos a Turckheim. Lo cierto es que estábamos tan saturados de belleza de los dos pueblos anteriores, que Turckheim no nos dejó tanta huella, pero es indudable que es otro destino que hay que visitar. Se conservan varias puertas medievales de su época amurallada. Dado que los aparcamientos están en esa zona, lo más lógico es entrar por la puerta de Francia. Nos gustó mucho el jardín junto a la oficina de turismo antes de visitar la preciosa iglesia de Santa Ana y también es muy agradable caminar por la Gran Rue, pero… después de lo visto… en fin, que las comparaciones son odiosas.







Y venga, diez minutos más de coche y nos plantamos en otra de las maravillas de la Alsacia, Eguisheim. Se trata de un pueblo minúsculo, si lo cruzamos por su calle principal solo recorreremos 300 metros. Pero lo curioso de este lugar es que no lo cruzaremos de manera transversal, si no que lo haremos en círculos ya que dos calles concéntricas lo recorren. Esto te hace estar un poco desubicado, pero que más da, casi preferimos estar perdidos en este lugar idílico. Ni para nosotros ni para Kira existía el cansancio y dimos vueltas en los sentidos, no se nos fuera a escapar algo, para acabar en la plaza central con su fuente, su iglesia y hasta su castillo. Otro pueblo que no olvidaremos nunca. Lástima no poder incluir veinte o treinta fotos más.







Y ya de vuelta, la carretera nacional nos “obliga” a pasar por Colmar, el lugar ese que os mencionaba al principio que fue el gancho que nos trajo hasta aquí. Colmar es el colofón perfecto al viaje, es como un todo en uno. Tiene el bullicio y la monumentalidad de una ciudad y los rincones con encanto y las construcciones típicas que hemos visto en todas nuestras visitas. Y bueno alguna sorpresa más.




No voy a proponer ningún itinerario para recorrer esta ciudad porque lo bonito es perderse por sus calles medievales, estrechas y adoquinadas, que siempre nos depararán alguna sorpresa. Eso sí, hay ciertos lugares que no os debéis perder como la Quai de la Poissonerie o Barrio de los pescadores (ya sabemos quién vivía aquí antiguamente) con sus típicas casas llenas de colores (como veréis en la primera foto); la conocida como Petite Venice (pequeña Venecia, también podemos adivinar porqué) una de las zonas más bonitas sin duda de Colmar y en la que se ubica el precioso Mercado Cubierto donde comprar productos típicos de la zona como quesos (si os gustan las experiencias fuertes probad el Munster), bretzels salados o dulces, los famosos espárragos de la Alsacia… Aunque no vimos ninguna indicación prohibiendo la entrada a perros no nos atrevimos a pasar con Kira, más que nada porque es capaz de comerse algún puesto.




Por supuesto no podemos abandonar Colmar sin visitar su iglesia más representativa, la Colegiata de Saint Martin o el edificio más antiguo de la ciudad y uno de los más llamativos sin duda, las antiguas aduanas o Koifhus.


En Colmar ponemos el punto final a esta escapada alsaciana. Sin duda volveremos y si es posible en Navidad, que debe ser increíble. Desde aquí vuelta Ribeauville a descansar lo más rápido que podamos, que nos esperan otros 1800 kilómetros de vuelta a casa. Menos mal que a Kira le encanta viajar plácidamente tumbada en los asientos traseros del coche, que son sólo para ella. Aún así la miramos y decimos “pobrecita…”. Yo de mayor quiero ser como ella.

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