viernes, 18 de noviembre de 2016

AUSTRIA: DE VIENA A INNSBRUCK




Hace mucho tiempo que teníamos ganas de escaparnos a tierras austríacas y por fin se nos presentó la oportunidad de hacerlo. Se trata de un país con muchos alicientes para el viajero ansioso de descubrir ciudades monumentales, paisajes increíbles de alta montaña, pueblos llenos de encanto… Además al ser un estado relativamente pequeño, está todo más o menos accesible. Nuestra idea era atravesar el país de derecha a izquierda, desde Viena hasta Innsbruck, teniendo como paradas obligatorias Salzburgo y Hallstat, y a partir de ahí, íbamos viendo… Esto que os mostramos aquí es el resultado final. Estamos convencidos que os va a picar el gusanillo austríaco. Eso si, en esta ocasión y sin que sirva de precedente, viajando con kira se transforma en viajando sin kira… anda que no la echamos de menos!!! Pero ya sabéis lo complicado que es volar con una mascota.



Haciendo una rápida valoración, esta escapada cumplió nuestras expectativas y yo creo que con creces, sobre todo a medida que transcurría el viaje. Muchos turistas viajan a Austria sólo para conocer su capital y no saben lo que se están perdiendo a escasos kilómetros. Si continuáis leyendo me entenderéis.

Una vez descendimos del avión, había que llegar a la capital que dista 15 kilómetros del aeropuerto. Después de estudiar las opciones disponibles (autobus, tren rápido, tren cercanías…), pensamos que lo mejor era tomar el tren S-Bhan número 7 (3,60€ el viaje de ida) que te deja justo en el centro de la ciudad, la estación Wien Mitte. Una vez salimos de la estación, empezamos a caminar por la Viena turística. Si bien es cierto que es una ciudad atractiva, a diferencia de otras que te fascinan desde el primer momento, Viena me dejó la impresión de tienes que poner de tu parte para que te vaya atrapando poco a poco, lo que es muy probable es que al final del viaje, te habrá fascinado.




Viena es una urbe con un núcleo turístico bastante extenso y, aunque te guste mucho caminar, en algún momento tendrás que echar mano del metro o del tranvía para llegar a algún punto de los que aquí os vamos a recomendar. Porque nuestro propósito no es haceros un itinerario a seguir a rajatabla sino, desde un punto de vista totalmente subjetivo, mostraros lo que para nosotros resultó ser lo mejor del viaje: monumentos, calles, tiendas…

En el centro del centro de la capital, se encuentra la Catedral de St. Stephan (o Stephansdom) de la que destacan a primera vista su torre, su tejado y las puertas de entrada. No es de un estilo definido, posee características del románico, del gotico y del barroco. El tejado es seguramente lo más llamativo, está formado por miles y miles de tejas de diez colores (si las ponemos en fila recorreríamos 51 kms de una punta a otra). Junto a él, la torre sur es uno de los emblemas de la ciudad, mide 136 metros y tiene una curiosa forma piramidal. El interior destaca por su altura y por la gran cantidad de capillas que alberga. Acostumbrados a nuestras catedrales tan sobrias, nos llamará un poco la atención su decoración algo más recargada. No dejéis de contemplar el púlpito que para nuestro gusto es impresionante. Los amantes de la música clásica sabrán que en esta catedral se casó Mozart y que aquí se celebró también su funeral.




Y ya que hablamos de música, obligatoria resulta la visita a la Opera de Viena, no tanto por su exterior neorenacentista, sino por su elegantísimo interior. Todas las visitas son guíadas y en varios idiomas (entre ellos el español) y su precio es de 7,50€. Aunque puedes encontrar entradas a la ópera desde un euro (de pié eso sí) y de paso visitar el interior del edificio, encontramos muy recomendable la visita guiada puesto que además de tener la posibilidad de ver el edificio entero, tiene tantas curiosidades y una historia tan interesante, que agradecerás pagar un poco más. La escalera principal y el escenario te dejarán con la boca abierta.




Justo frente al edificio de la Opera, se encuentra el Hotel Sacher, que si bien no es más espectacular que el resto, para los golosos como nosotros, es un templo que visitar ya que en sus cocinas nació la exquisita tarta Sacher (sacher torte). Aunque te pegan el sablazo por una porción de tarta con un café cómo iros sin probarlo!!!.



Viena es la ciudad de los palacios imperiales: el de Schonbrunn, el de Hofburg y el de Belvedere (que es el más prescindible a menos que sea un fan del pintor Klimt). Sin duda el más recomendable de todos ellos es el enorme Palacio de Schonbrunn, una de las principales atracciones turísticas vienesas. Si bien el exterior es bastante soso, el interior y sus jardines son una maravilla que le ha llevado a ser nombrado Patrimonio de la Humanidad. Se trata de la residencia veraniega de los Habsburgo (los escucharéis tanto que acabarán siendo de la familia) y seguramente un día de verano será lo que necesites para visitarlo por completo. Está bastante alejado del centro, lo mejor es acercarse en metro (parada Schonbrunn) y guardar fuerzas para recorrer los jardines, cuyo acceso es gratuito (si quieres visitar el interior tienes varias opciones: la visita más corta por 13,30€  o la más extensa por 21,60€). Los jardines son una maravilla, llenos de flores, fuentes, las vistas desde la Glorieta. Eso si, si vais con vuestro perro, no vais a poder acceder, y no va a ser el único parque de la ciudad en el que no está permitido su acceso… una pena.




Si Schonbrunn fue el palacio de invierno de los Habsburgo, el Palacio de Hofburg fue el de verano. Es el más grande de Viena y un lugar de culto a la malograda Sissí. La visita al interior del edificio (la entrada cuesta 11,50€)  incluye una audioguía que aporta muchísima información sobre la vida de la emperatriz, que aunque es sumamente interesante y de trascendecia histórica, para mi gusto se hace demasiado pesada y pierde un poco de encanto con tantos detalles. Además los que hayan visitado Shonbrunn previamente verán que la mitad de lo que cuentan es una repetición de lo que ya han escuchado allí. Sea como sea es muy recomendable visitar todas las estancias, los 19 aposentos, los salones… todos ellos perfectamente decorados y conservados.



Caminando por la calle más famosa y monumental de Viena, la Ringstrasse contemplaremos muchos de los mejores edificios de la ciudad, algunos de ellos albergan museos, como el precioso Museo de historia natural o el Museo de historia del Arte. Pero si tenemos que quedarnos con tres, destacaríamos el enorme edificio neoclásico que en la actualidad alberga el Parlamento de Austria; el Ayuntamiento de Viena, construido en estilo neogótico y que nos recordó bastante al estilo de los ayuntamientos de la zona belga de Flandes es una preciosidad de cerca y de lejos, de día y de noche...; y por último el Teatro de Viena o Burgtheater, también incluído en la lista de edificios Patrimonio de la Humanidad, de estilo clásico, es también recomendable visitar su interior, o al menos acercarse a la puerta principal y quedarnos maravillados con su elegantísima escalinata.





Además de sus edificios, nos encantaron los parques y jardines que rodean la zona antigua, siempre junto a Ringstrasse. El Volksgarten junto al Ayuntamiento con preciosa rosaleda y jardín botánico, eso si, no nos gustó que no permitieran el paso a perros aquí tampoco. El Stadtpark muy agradable para pasear, con su lago y en él encontraremos la famosa estatua del músico Johann Strauss. El Burggarten, rodeado de monumentales edificios y con un buen césped para descansar un rato o darnos un capricho en el restaurante Palmenhaus, un precioso invernadero reconvertido en un espacio gastronómico; o el Resselpark un espacio frecuentado por jóvenes y niños en el que destaca la silueta barroca de la iglesia de San Carlos Borromeo (Karlskirche), no dejéis de contemplar su fachada.




Un poco alejado del centro, se ubica el original edificio conocido como Hundertwasserhaus, construido de 1983 a 1986. Es difícil de describir esta arquitectura llena de originalidad, colores y fantasía. No dejéis de visitar el mini centro comercial que encontraréis en los bajos de este conjunto. Y un poco más allá, ya al otro lado de un canal del Danubio, se halla el parque de atracciones más antiguo del mundo, el Prater. Su noria de 60 metros de altura es otro de los emblemas de la ciudad, pero hay muchas más atracciones, algunas muy antiguas. Además el acceso al parque es gratuíto (de 10 a 24 horas).






Con muy buen sabor de boca abandonamos Viena por carretera. Hemos alquilado un coche para hacer el recorrido que os comentamos al principio y nuestro primer objetivo a unos 50 minutos de la capital será la Abadía de Melk. Por la Autopista A1, muy cómoda, llegamos enseguida a Melk, junto al Danubio, una localidad encantadora y pintoresca en la que destaca sin duda, su impresionante abadía, una joya barroca declarada Patrimonio de la Humanidad. A medida que nos acercamos al Monasterio, nos vamos dando cuenta de la grandiosidad del monumento y nos llamará la atención sus paredes ocres y sus tejados marrones con cúpulas verdosas. Un par de horas o tres nos va a llevar la visita tanto al centro religioso como al parque que lo rodea.



Para nuestro gusto, la visita al interior es un poco cara (11 euros visita sin guía) si bien deleitándonos con los impresionantes frescos de la sala de mármol, contemplando el incalculable valor histórico y artístico de la biblioteca o quedándonos hipnotizado con la escalera espiral de la pequeña librería, se nos olvidará pronto lo que hemos tenido que abonar a la entrada. Pero es la iglesia de la Abadía el verdadero tesoro del complejo. Barroco en estado puro, seguramente uno de los mejores ejemplos que podemos encontrar en Europa. Techos, capillas, altares… os dejarán atónitos.



Escaleras abajo desde la Abadía se encuentra el precioso pueblo de Melk, no nos llevará mucho tiempo darnos un pequeño paseo por sus encantadoras calles, acercarnos junto a la ribera del Danubio y contemplar el conjunto del Monasterio desde otra perspectiva.




Continuamos por la A1, por un paisaje cada vez más impactante hasta llegar al desvío hacia la ciudad de Gmunden, junto al lago Traunsee. Si vamos bien de tiempo, merece la pena un alto en esta localidad que invita a relajarse y disfrutar del paisaje, por algo es una ciudad balneario. Un breve paseo junto al lago desde el romántico centro de la ciudad hasta el castillo de Orth, es nuestra recomendación.




En menos de una hora desde Gmunden por una maravillosa carretera, alcanzamos uno de nuestros destinos soñados, la localidad de Hallstat, del que dicen, y decimos nosotros también, es uno de los pueblos más bonitos de Europa. Se encuentra situado junto al lago Hallstatter See y rodeado de montañas, el enclave no puede ser más espectacular. Nada más llegar, ansiosos por echar el pie a tierra, conseguimos desembarazarnos del coche en uno de varios aparcamientos a lo largo de la carretera (no me quiero imaginar como estarán en pleno verano, hay que tener en cuenta esto) y comenzamos a recorrer esta maravilla. Se mire por donde se mire, Hallstatt no puede ser más bello, que haya sido declarado Patrimonio de la Humanidad nos parece hasta poco… Las casas de madera parecen sacadas de un cuento, el entorno tan montañoso y tan verde, los cisnes en el lago… continuamente tienes que pellizcarte para asegurarte que no estás viviendo un sueño.





Aunque es una localidad muy pequeña, puedes recorrer su calle principal una y otra vez y no salir de ese estado de fascinación. Ya que tiene tan poca extensión, conviene visitarlo sosegadamente, prestando atención a cada detalle, disfrutando de cada vista como queriéndo conservarla en la retina para siempre. Ya desde el punto de vista fotogénico, la plaza del centro Marktplatz, la iglesia luterana de Hallstatt y la iglesia católica de Maria am Berg con su cementerio, serán los puntos en los que nuestra cámara echará humo…


 


Pero el lugar de postal, la foto de las fotos con la que presumiras delante de todos tus amigos, la encontrarás un poco más hacia delante, marcado incluso en la acera. No se puede capturar más belleza desde un solo punto.










A unos pocos kilómetros de Hallstatt se encuentra el pueblo de Gosau, pasando esta villa y adentrándonos en las montañas alcanzamos el lago de Gosau, otro enclave de postal y un lugar perfecto para los amantes del senderismo. Lástima que en el momento de nuestra visita, la espesa niebla no nos dejó apreciar el conjunto del paisaje y los picos alpinos que rodean el lago. Desde el aparcamiento un cómodo camino de unos cinco kilómetros da la vuelta al lago y nos ofrece maravillosas panorámicas con las que deleitarnos. Y si de repente hay hambre, justo detrás del aparcamiento encontramos un acogedor hotel restaurante donde desgustar comida casera contemplando el excelso paisaje del lago y las montañas, qué más se puede pedir!!!!



 
 



Volvemos a la carretera que nos llevará a Salzburgo en tres cuartos de hora, pero queremos hacer un nuevo alto en el camino junto al lago Wolfgangsee, concretamente en el pueblo St. Wolfgang, con la intención de coger el tren cremallera que desde la estación junto al lago, nos lleva hasta los 1783 metros de la cumbre de Schafberg, desde donde alcanzaremos a contemplar hasta ocho lagos e incluso el glaciar Dachstein… en nuestro caso la niebla no nos dejó ver absolutamente nada. El precio del billete ida y vuelta es de 34 euros por persona, y los perros pueden viajar con nosotros siempre con correa y bozal. Incluso con suerte podremos subir en el tren de vapor en funcionamiento más antiguo del mundo.

 
 


Otro enclave bastante interesante junto al lago es el pueblo de St. Gilgen, ya a tan solo 30 kilómetros de Salzburgo. Aquí nació la madre de Mozart, y en su honor colocaron una estatua de su hijo en medio de la plaza de la localidad. También han habilitado una casa en la que vivió el famoso músico. El pueblo es muy agradable, con fantásticas casas de antiguos aristócratas de Salzburgo que construyeron aquí sus viviendas de veraneo junto al lago.

 

Y ya sin más, nos dirigimos hacia Salzburgo ansiosos por conocer esta famosísima ciudad austríaca, también nombrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Si bien antes decíamos que Viena era una ciudad que te ganaba poco a poco, de Salzburgo te enamoras desde el primer momento… y ya no puedes dejar de hacerlo. Desde el primer momento quedamos impresionados por la majestuosidad del enclave, rodeada de montañas alpinas y atravesada por el Danubio; y por su silueta de la que sobresalen infinidad de torres y cúpulas y, por supuesto, su majestuoso castillo rematando el lienzo. Es difícil imaginarse un paisaje urbano tan idílico como el que tenemos ante nosotros.



Pero si impresionados nos deja el primer vistazo lejano, pateando sus calles la sensación continúa. Cada plaza y cada calle que vas descubriendo es un regalo para los sentidos. Desde la calle más turística y comercial, la angosta Getreidegasse con sus inconfundibles y encantadores letreros colgando de cada tienda o restaurante, hasta las plazas más amplias y tranquilas como la Mozartplatz rematada con una estatua del hijo predilecto de esta ciudad y también reclamo turístico que explotan hasta la saciedad (los incondicionales de este músico encontrarán aquí además de su plaza, un interesante museo y la casa en la que vivió el genio).



Desde esta misma plaza hasta la Anton-Neumayr Platz se concentra lo más visitable y lo más monumental de esta ciudad, que por cierto no es demasiado grande y en un par de días se puede recorrer bastante bien. En este corto espacio se encuentra la enorme Catedral barroca de 142 metros de largo, construida en el siglo 17 de interior elegantísimo donde deleitarse con alguno de los múltiples conciertos que en ella se dan (de hecho Salzburgo es una ciudad con una extensísima propuesta cultural). A su lado la preciosa Residenzplatz con su monumental fuente. Y al otro lado la Kapitelplatz justo a los pies de la colina del castillo.


Los amantes de la arquitectura sagrada estarán de enhorabuena, un buen puñado de iglesias se abren al visitante curioso. Nosotros destacaríamos la iglesia de San Pedro por sus techos y sus frescos; la Kollegienkirche por su originalidad y su cúpula; o la pequeña y encantadora iglesia de St. Blasius.


Y por supuesto no nos podemos marchar de aquí sin subir al castillo-fortaleza de Hohensalzburg, la más grande fortaleza de Europa. Desde los pies de la colina, mirando hacia arriba entenderemos porque este castillo nunca fue tomado. Los más comodones pueden tomar un funicular para salvar los 120 metros de altura hasta la entrada del castillo (sólo supone 3,5 euros ida y vuelta). Los más valientes tienen por delante un camino de fuertes pendientes, pero de impagables vistas. La entrada no es precisamente barata, 12 euros que incluye audioguía en español. Por su amplitud y su estado de conservación, merece la pena sin duda.



Si no hemos acabado cansados de tanto caminar, un precioso camino entre bosques y junto al acantilado desde el que contemplaremos la ciudad a vista de pájaro nos llevará hasta la otra punta de la ciudad. En total una hora de paseo lleno de alicientes y totalmente recomendable si disponemos de tiempo… y fuerzas, claro.

Cruzando el río por el puente peatonal Makartsteg, inundado por los candados con las que miles de enamorados han ido sellando su relación para ¿toda la vida?...  Según caminamos a nuestra derecha veremos el elegante edificio del Hotel Sacher de Salzburgo… no hace falta que os diga lo que podemos degustar allí. A este lado del Danubio nos encontraremos con otras visitas indispensables como la casa de Mozart, justo en la plaza en frente del puente que acabamos de cruzar, el palacio Mirabell con sus maravillosos jardines, y la calle Linzer Grasse que a nosotros nos pareció muy agradable y auténtica.

Para los amantes de la fotografía en esta ciudad encontrarán infinidad de lugares a cual más fotogénico. Nosotros os recomendamos algunos: Por supuesto las vistas desde cualquiera de los puentes que cruzan el Danubio, las más clásicas. Una de las mejores panorámicas la tomaremos desde el monte en el que se ubica el Monasterio Capuchino, cuya interesante subidita parte de la anteriormente mencionada Linzergrasse. Desde los jardines del Palacio de Mirabell la instantánea no puede ser más bella. Desde el camino que baja del castillo, junto a lo poco que queda de una muralla, las vistas hacia el centro histórico y la fortaleza son maravillosas. Y por último si subimos andando al castillo el esfuerzo será recompensado y podremos presumir de unas únicas fotos de los tejados, torres y cúpulas que dibujan el horizonte de esta hermosísima ciudad.



 




Antes de partir definitivamente hacia Innsbruck, os proponemos una pequeña excursión treinta kilómetros al sur de Salzburgo, cruzando la frontera con Alemania, para acercarnos a la localidad y el lago de Konigssee. Desde esta villa y rodeados por un majestuoso paisaje alpino tomaremos un barco eléctrico que cruzando el lago nos llevará, en tres cuartos de hora y previo pago de 14,50€, hasta la iglesia de San Bartolomé. Un lugar totalmente idílico a los pies de montañas de casi 3000 metros de altitud y un auténtico paraíso para los senderistas.



De vuelta al puerto y de vuelta a la carretera, ya ponemos rumbo a nuestro último destino, la ciudad de Innsbruck, pero con un último alto en el camino también, el pueblecito alpino de Alpbach, a casi dos horas de Konigsee. Eso si, por una comodísima autopista en la que el paisaje hace mucho más ameno y llevadero el camino. Son diez kilómetros de desvío para encontrarnos con este precioso pueblecillo enclavado en un no menos maravilloso entorno. Lo que imaginamos que puede ser un típico pueblo alpino se hace realidad en Alpbach. Casitas de madera, prados de un verde casi fosforito, montañas cubiertas de abetos mires donde mires… Solo tienes que sentarte y contemplar. Y otro momento que, sin querer, conservarás en tu memoria como un tesoro.






Cuarenta y cinco minutos después de abandonar el paraíso de Alpbach, alcanzamos por fin la meta final de nuestro viaje: la ciudad de Innsbruck, capital del Tirol. Una localidad en medio de altísimas montañas por lo que siempre se ha relacionado con los deportes de invierno, no obstante es un templo para los amantes del ski y aquí se han celebrado ya dos ediciones de los Juegos Olímipicos de invierno. Lejos de la nieve, a nosotros nos llamaba más la atención descubrir el casco histórico de la ciudad, que perfectamente se puede visitar en un día completo. Si se dispone de más tiempo seguro que tiene que ser muy recomendable coger el teleférico Nordkettenbahnen (32 euros ida y vuelta) y contemplar la ciudad y la cordillera desde lo alto.


Pero volviendo al centro el símbolo, lo más característico de esta ciudad sin duda es el Tejadillo dorado, en pleno centro de la misma. Se trata del techo de un mirador, decorado con 2700 azulejos dorados. El edificio actualmente es un museo que abre de 10 a 17 horas.



 


A derecha e izquierda del Tejadillo se abre el encantador centro histórico, pero justo al frente podemos tomar la Herzog-Friedich Strasse jalonada por elegantísimos edificios cuyos bajos soportalados nos protegen en días de lluvia como el que nos tocó sufrir. La continuación de esta calle es si cabe aún más bella. Se trata de la famosa Marie Theresien Strasse, lugar para pasear, ir de compras y sobre todo admirar los edificios barrocos desde la columna de Santa Ana, con el telón de fondo de los impresionantes picos que protegen esta ciudad.




Si disponemos de tiempo, no deja de ser interesante visitar la Catedral de Santiago (barroca del siglo 17 abierta de 10:30 a 18:30), el palacio Imperial junto a la Catedral o la iglesia Hofkirche (iglesia de la corte) templo gótico del siglo 16 con sus 28 curiosas estatuas negras. Aunque para nosotros no hubo nada como pasear y dejarnos llevar por el encanto de las calles peatonales de su centro histórico.

 
Y esto es lo que dio de sí nuestro viaje por Austria… dejamos muchas cosas por ver, pero para el tiempo del que dispusimos, el recorrido colmó nuestras expectativas por completo. Espero que os haya resultado interesante y entretenido este resumen más o menos gráfico… ya sabéis que podéis comentarnos cualquier cosa, estaremos encantados de leeros.

Abu, como estoy convencido de que en el cielo hay wifi, aquí tienes algunas fotos de las que te prometí que veríamos juntos. Gracias por inspirarme cada palabra de las que he escrito y gracias por regalarme tanta sabiduría, tanto bondad y tanto amor. Te echo muchísimo de menos… no te imaginas cuanto.